Más que un “derecho de expresión”, es un grito que evidencia necedad, arrogancia y falta de compromiso.

Hace muchos años, mientras intentaba estudiar inglés, me encontré con el singular caso de dos chicas de Washington que aprendieron español en Colombia, lo raro no fue no identificar ese típico acento “gringou” en su habla, más bien fue que se encontraba completamente camuflajeado por el “parce” colombiano.

Así fue como me di cuenta de lo complicado y rico que es el español; tiempo después conocí a una coreana en Ciudad de México que afirmaba sentir “muy chingón” en una fiesta, así como a un alemán que decía ser un “monta puercos”.

Con la Nueva Gramática de la Lengua Española la RAE ha soltado las amarras al nuestro idioma, aceptando que por más reglamentario que se quería ser, la lengua apremia más a un carácter de compromiso social.

Así pues, bajo estos parámetros parece ingenuo que el máximo órgano de la FIFA no entienda que gritar puto no es una ofensa, más bien “un chascarrillo de la picardía mexicana”, como el albur o ponerle chile a los tacos.

Sin embargo, hay un punto clave que no se entiende desde la grada, el compromiso social del lenguaje, ese que ha valido tanto como para que la RAE reformara más de 500 años de tradición normativa, así sin más.

Si bien es cierto que el lenguaje fluye y se transforma, las palabras llevan detrás de ellas una intención comunicativa, es decir que no solo informamos a las personas, también queremos hacerlas experimentar cosas, amor al decir “te amo”, que pongan atención al decir “cuidado” e incluso odio al gritar… quizá… ¿puto?.

Se ha afirmado hasta el cansancio que el grito no trae con él una expresión de homofobia, sin embargo, tiene una intención de agredir, de insultar al rival, de perderle el respeto… ¿cómo?…

¿Qué significa puto?, lejos del diccionario, ese que no comprende a nuestro “mártires del grito”, en las calles, donde se usa, donde supuestamente fluye libre sin afanes ofensivo y sin más, ¿qué entendemos por puto?…

Según algunas personas de Morelia y Monterrey, donde he estado oscilando los últimos días, “puto” significa:

Maricón, joto, marica, rajón, culo, putito, miedoso, nena, cocho, homosexual…

(Si no confia plenamente en mi, haga sus propias encuestas, dudo que no tenga el mismo resultado)

Y muchos “sinónimos” más que efectivamente, tienen una carga homofóbica, pues para la persona que lo lanza, con el afán de insultar, es una agresión comparar a un ser humanos con otro que ha decidido que puede amar una persona de su mismo sexo.

De ahí que la FIFA vea como elemento homofóbico y agresivo el grito, por lo que quiera su erradicación sí o sí de las canchas de fútbol, un lugar donde lo último que debería, DEBERÍA, de importar es cualquier cosa que no tenga que ver con patear una pelota.

Como ciudadano, gritar no sólo te denigra a ti, compromete a toda un país, pues el mundo entero te ve como representante de eso pedazo de tierra que llaman México.

Como aficionado, evidencia una falta completa de compromisos y empatía con la Selección, ¿a qué vas a Rusia si no es a apoyar a los verdes?, ¿cómo vas a demostrar ese apoyo, haciéndoles que les pongan multas, obligándolos a que se concentren más en la tribuna que en el juego?, ¿y si México llega al quinto partido y lo suspende por insultos homofóbicos, y si le quitan los tres puntos del HISTÓRICO triunfo ante Alemania?…

Ah entonces sí, otro cliché del mexicano, “muerto el niño a tapar el pozo”, a callar bocas y buscar culpables, como siempre otro, el que pone las reglas, yo el “prócer de la grada” nada más voy a apoyar.

Triste mente es cierto, el grito es un representante de la sociedad mexicana, una parte de la cultura caduca y arcaica, intolerante y misógina, una cultura sin edific

Más que un “derecho de expresión”, es un grito que evidencia necedad, arrogancia y falta de compromiso.

Hace muchos años, mientras intentaba estudiar inglés, me encontré con el singular caso de dos chicas de Washington que aprendieron español en Colombia, lo raro no fue identificar ese típico acento “gringou” en su habla, más bien fue que se encontraban completamente camuflajeado por el “parce” colombiano.

Así fue como me di cuenta de lo complicado y rico que es el español; tiempo después conocí a una coreana en Ciudad de México que afirmaba sentir “muy chingón” en una fiesta, así como a un alemán que decía ser un “monta puercos”.

Con la Nueva Gramática de la Lengua Española la RAE ha soltado las amarras al nuestro idioma, aceptando que por más reglamentario que se quería ser la lengua apremia más a un carácter de compromiso social.

Así pues, bajo estos parámetros parece ingenuo que el máximo órgano de la FIFA no entienda que gritar puto no es una ofensa, más bien “un chascarrillo de la picardía mexicana”, como el albur o ponerle chile a los tacos.

Sin embargo, hay un punto clave que no se entiende desde la grada, el compromiso social del lenguaje, ese que ha valido tanto como para que la RAE reformara más de 500 años de tradición normativa, así sin más.

Si bien es cierto que el lenguaje fluye y se transforma, las palabras llevan detrás de ellas una intención comunicativa, no solo informamos a las personas, también queremos hacerlas experimentar cosas, amor al decir “te amo”, que pongan atención al decir “cuidado” e incluso odio al gritar… quizá… ¿puto?.

Se ha afirmado hasta el cansancio que el grito no trae con él una expresión de homofobia, sin embargo, tiene una intención de agredir, de insultar al rival, de perderle el respeto… ¿Cómo?…

¿Qué significa puto?, lejos del diccionario, ese que no comprende a nuestro “mártires del grito”, en las calles, donde se usa, donde supuestamente fluye libre sin afanes ofensivo y sin más, ¿qué entendemos por puto?…

Son algunas personas de Morelia y Monterrey, donde he estado oscilando los últimos días, “puto” significa:

Maricón, joto, marica, rajón, culo, putito, miedoso, nena, cocho, homosexual…

Y muchos “sinónimos” más que efectivamente, tienen una carga homofóbica, pues para la persona que lo lanza, con el afán de insultar, es una agresión comparar a un ser humanos con otro que ha decidido que puede amar una persona de su mismo sexo.

De ahí que la FIFA vea como elemento homofóbico y agresivo el grito, por lo que quiera su erradicación sí o sí de las canchas de fútbol, un lugar donde lo último que debería, DEBERÍA, de importar es cualquier cosa que no tenga que ver con patear una pelota.

Como ciudadano, gritar no sólo te denigra a ti, compromete a toda un país, pues el mundo entero te ve como representante de eso pedazo de tierra que llaman México.

Como aficionado, evidencia una falta completa de compromisos y empatía con la Selección, ¿a qué vas a Rusia si no es a apoyar a los verdes?, ¿cómo vaa a demostrar ese apoyo, haciéndoles que les pongan multas, obligándolos a que se concentren más en la tribuna que en el juego?, ¿y si México llega al quinto partido y lo suspende por insultos homofóbicos, y si le quitan los tres puntos del HISTÓRICO triunfo ante Alemania?…

Ah entonces sí, otro cliché del mexicano, “muerto el niño a tapar el pozo”, a callar bocas y buscar culpables, como siempre otro, el que pone las reglas, yo el “prócer de la grada” nada más voy a apoyar.

Tristemente es cierto, el grito es un representante de la sociedad mexicana, de una parte de la cultura caduca y arcaica, intolerante y misógina; una cultura sin educación, sin empatía ni ganas de comprender al otro; una cultura que se busca cambiar y reformar, porque si algo ha sido así por mucho tiempo no significa que esté bien o que no se pueda cambiar.

Pero afortunadamente, o desafortunadamente, en la vida de este siglo XXI la libertad está ahí, las reglas ya están puestas, solo falta ver qué se escoge, si como aficionados podemos estar a la altura de las exigencias que hacemos a nuestro equipo, o como niños chiquitos, hacemos berrinche por gritar algo que queremos entender a nuestro modo, esa decisión ya no es de la FIFA, ni de la Selección, esa decisión ya se toma en la tribuna y lo hacemos cada uno.