La primera de una zaga donde la historia y la nostalgia se mezclan, para darle un marco a la pasión que derrama el ‘Canario’.

 

Morelia, Michoacán. Hoy estreno una pequeña columna que comenzaré con tres historias, tres narraciones que la nostalgia trajo a mí. Con la salida de Monarcas fueron muchas las historias que escuché, otras más las que recordé, muchas llegaron a ser conmovedoras, otras más envidiables y en ocasiones, incluso comprometedoras. Así que decidí trascribirlas, en muchas le di una confianza poco justificada a mi memoria, esperando que pueda contarlas a la perfección o. quizá. dando un espacio para que pueda enriquecerlas un poco.

Pretendo que esta columna tenga una frecuencia semanal, pero en conmemoración a la pasión de los que me las contaron, esta primera semana lanzaré una por cada día que falta para el debut del Morelia, siendo tres las historias seleccionadas: la final que vimos desde la cárcel; el día que conocí el Morelos; mi “primera” vez en el estadio, los baños sí sirven.

Esta primera historia la escuché mucho antes del Covid, mucho antes de que Monarcas se fuera, me la contó un albañil, al que nombraré Ramón, más porque nunca supe su nombre, que por guardar su identidad.

Para estudiar el doctorado me tocó viajar y vivir en Monterrey por un tiempo, al principio era horrible viajar en camión 12 horas, pero después el avión me hizo más cómodo el viaje. En mi primer regreso aéreo, como buen estudihambre, tomé una flecha, de esas que se paran a la orilla de la carretera afuera del aeropuerto.

Después de mucho tiempo y de tragar una nube de polvo, me encontraba con mi mochila en la parte más recóndita de una flecha con destino a Morelia, ahí estaba Ramón, que veía intrigado mi credencial de la UANL, con los colores azul y amarillo de Tigres.Hasta entonces no me había dado cuenta de que no me había quitado la credencial, pero su mirada insistente me dijo que ya era pertinente hacerlo, total, aquí no me darían descuento en el camión por ser estudiante.

Cuando guardaba mi credencial, Ramón se acercó a mí, con su bote en mano, lo puso a mi lado, como si fuese una barrera de protección y me dijo:

– No te preocupes, no te voy a robar, solo que se me hizo muy raro que traigas el dinero en el pescuezo.

Fue hasta entonces que recordé que la credencial, funciona también como modero electrónico, con su chip y marca de un banco del norte. Sí era muy tonto traer la “tarjeta” en el cuello, tanto por su inutilidad, como por su ostentosidad.

Quise verme menos torpe y le comenté a Ramón para qué servía la tarjeta de la Uni, explicando la multifuncionalidad de esta y cómo puede ser un buen gancho para encadenar a los “huercos” con un banco. A mi compañero de viaje poco le importó lo que tenía que decir, para él yo ya era un pendejo, lo supe por su mirada y que sólo contestó:

– ¿A poco eres de Monterrey?, yo casi conozco Monterrey….

-Jajajajajaja, naaaaa soy de Morelia… pero, ¿cómo está eso de que casi conoce Monterrey?, no se puede casi conocer algo, se conoce o no.

Ramón me miró de nuevo como volviéndome a escribir “pendejo” en al frente y comenzó a contar:

Pus es que yo le voy al Morelia, me mama irle al Morelia, <<hasta entonces vi que traía, debajo de toda la mezcla, una playera del Morelia, la última con el viejo escudo>>, desde bien morro que le voy al Morelia. Mi papá, que en paz descanse, decía que hacía arpillas en la fábrica de Don Nicandro, que Dios lo tenga en la gloria <<mandó un beso al cielo y escupió el suelo>>, yo siempre lo conocí patas blancas, por eso yo soy también macuarro; pero eso no importa, lo que importa es que todos los partidos nos llevaba a ver al equipo.

De ahí le comencé a agarrar amorcito al Morelia, porque antes de ir al juego mi papá se veía a toda madre, nos llevaba a comer unos tacos de birria que estaban ahí por el Salesiano, y pues uno hambriado, con harto gusto iba. Viejo cabrón mi apá, se gastaba la raya en el futbol y por tragar un día nos dejaba toda la semana con hambre, mi madre no le decía nada, porque era la única entretención que tenía, y además se llevaba a los mocosos, la dejábamos respirar.

Total, el viejo se nos fundió de borracho, pa una navidad ya no aguantó seguirla, se nos puso mal. Pal año nuevo le hacíamos curaciones en las rodillas, le amarrábamos unos trapo pal dolor y lo llevábamos en peso pal estadio. No se quería morir sin ver al Morelia campeón, pero no se le hizo.

Yo me fui a trabajar a Guadalajara, no vi al Morelia campeón del 2000, ni lo vi perder en la final con Toluca, pero pa la final con Monterrey, mi mamá me mandó ropa de mi papá, “unos trapos viejos”, me dijo. Cuando llegó mi hermana con el encargo, eran playeras del Morelia, la del ‘Fantasma’, la de la ‘Tota’, la del puñito mentando madres. Yo, bien pendejo, pensé acá pa mí, ni pedo, son trapos viejos…

Luego luego en la obra me comenzaron a cargar vara, que pinche playera culera, que puro Chivas, que puro Toluca, que nos habían enchorizado, que no sé qué. Todos me valían pero el que sí me calentó fue la del ingeniero, era un pinche regio, medio mamón y wey <<sentí que esta vez me escribía en la frente “algo así como tú”>>. Imagínese semejante animal burlándose de mi ciudad, pero pos ni decir nada, ¿pa qué?, me iba a correr de la obra…

Así pasó el tiempo y se vino la final, un día antes, era un martes, me acuerdo clarito, ya habíamos acabado la obra, el Ingeniero llegó bien mamón en un Mustang, nos llevaba carnitas, pero las puso en el tapete pa que no le llenaran de grasa los asientos. Me dijo que eran pa mi, porque de sus ganas nos llevaba carne asada, pero de la buena, no esos pellejo que comemos en el sur.

Así se pasó la tarde, chingue y chingue con nos iban a golear, con que nos iban a ganar y que pinches Monarcas. Yo no le dije nada, pero ya pa las noches ya llevábamos varios cartones y me le puse, le dijo, a ver si tan chido, ámonos a la final y quien pierda paga el viaje.

Se me quería rajar el cabrón, que porque yo no traía dinero, pero le dije que me habían pagado la raya de lo que habíamos chambeado, y pues le dije que mejor me dijera que su carro no llegaba. Ahí le pegué en la corona, y que se prende, mi dijo que me subiera al carro y que nos vamos, yo ni sabía pa dónde íbamos, ya andaba bien pedo y además nos bajamos dos veces a comprar cerveza, pos ya te imaginas cómo andábamos.

Nos dio la mañana y el Inge se orilló pa dormir un rato, que según ya íbamos a llegar, que estábamos a media hora, ¿cuál?, se perdió el cabrón, se quiso volar una caceta y se orilló pa quedarse bien dormido.

No tardó nada en caernos el chorizo, a penas estaba agarrando el sueño sabroso cuando llegaron los polis, que nos bajan a puro mazapán del carro, nos subieron a la patrulla y ahí puro patadón machín… bueno, a mí, porque el Inge luego luego con que no le hicieran nada, que tenía dinero, que su jefe era San Pedro y no sé que mamadas…

Total que nos llevaron a la cárcel, y ya allá adentro le dijeron al vato que si sí tenía varo, pues que eran 20 varos por cada uno, que pagara lo de los dos o ninguno se iba. Yo me dormí un rato, entre las chelas y la cobijada, me estaba muriendo de sueño.

Cuando me desperté los polís traían al Inge a mazapanes bien sabrosos, nada más le sumían la cabeza, que por escandaloso. Se quedó callado un rato, y ya nos preguntaron los polis que a donde íbamos y pues dijimos que pa Monterrey, lo siguiente que dijeron fue, “¿y cómo terminaron en Colima?”, jajajajaja a pa Ingeniero… Nada más me le quedé viendo, y los polis se estaban matando de risa. Cuando le dijimos que íbamos a la final, uno de los polis nos clavó la mirada, así como bien ojete el cabrón, y nos dijo: “¿y a quién iban a ver?”…

El Inge luego luego la soltó, “No pues a mis Rayados”, que les digo, “¿Yo qué?, él. Yo le voy al Morelia” y que se abre la camisola el poli, traía abajo un playera del Santos y que nos dice, “a mí me caga… no, me recaaaaaga los pinches rayados”… tssss pensé, ya valió madre este pedo, pero que nos dice, “ahí les va, ¿qué les parece que si gana el Morelia se van pa sus casa?”, pero luego luego el pinche ingeniero metiche, “Ah… no, ¿por qué me mete con ese wey?, Rayados y sí se arma”, y que nos dice riendo, “órale pues, tú a los Rayados y tú al Morelia, pero si pierden tus Rayados, me das tu carro”.

El inge le quiso sacar, pero no hubo de otra. Pa las seis llegó otro poli, con unas sillas y una tele, chiquilla, de esas a blanco y negro. Que la pone ahí por la celda y que le prende, pa ver el juego. Cuando comenzó, luego luego que menten gol los pinches Rayados, yo ya estaba bien nervioso.

El Inge que se agarra de los barrotes y que comienza a grite y grite, pero el poli que se voltea y que le pega en los dedos con un palo. Así pasó el primer tiempo y yo no veía no más por dónde, y zaz, que cae el segundo, otra vez que se pone loco el inge, pero ora no le dijeron nada los polis.

Yo le pedía a mi jefe que desde allá me tirara paro e hiciera que su Morelia fuera campeón. Pero en eso que cae el tercero, ¡mocos!, que se prende el ingeniero y que se trepa a brincar en la cama, y luego luego que se para el poli, “ya me cansó este cabrón”, que abre la celda y que lo agarra del cuello.

El ingeniero manoteaba y decía una y otra vez no, no, no, no… el poli nada más me volteó a ver y me dijo, “órale, rúmbele a la chingada”. Me salí como cuando tomas pulque, la verdad sí me alegré poquillo por que le metieran sus trancazos al Inge, pero me preocupó que no fuera a regresar y me cargaran el muerto.

Uno de los polis me llevó en la patrulla pa la central, con el dinero de mi raya compré un boleto pa Guadalajara y, llegando allá, uno directo pa Morelia. Na más agarré mis cosas y jamás volví. Cuando me dejó en la central el poli, se estaba acabando el partido, ya para el final el Morelia anotó un gol, yo lo escuché desde el baño mientras vomitaba, no sé sí del miedo, el asco o la cruda, pero ya ese gol ¿de qué me iba a servir a mi?…

Pasaron años para que me volviera a parar en el estadio, o para que si quiera volviera a ver un juego del Morelia. Una vez llegaron a construir un edificio, acá en Morelia, allá pa atrás de donde estaba Gigante, el ingeniero de la obra era también de Monterrey, pero bien buena bestia este. Nunca se paraba en la obra.

Pa un viernes iba a jugar el Morelia, e iban a venir los Rayados, el ingeniero llegó, con tres boletos, me jaló a mi y otro, no sé porqué, pero yo jalé. El Monterrey les ganó 2-0, y el Inge nos invitó a seguirla en un bar. Nos pusimos hasta las chanclas y el Inge se puso a contar una historia de cuando el Morelia le salvó la vida.

Nos dijo que una vez iba pa Monterrey, de madrugada, que iba a ver a su familia y que unos polis lo pararon, que lo quisieron extorsionar y no se dejó, y que lo metieron al tambo, que los polis le iban al Santos y que le estaban péguele y péguele no más por irle al Monterrey, que esa vez estaba la final y la pusieron, que con cada gol de Rayados le metieron unos guamazos, aunque él ni el partido viera, que cuando metieron el tercero el jefe mayor se enojó y lo golpeó hasta que se cansó, luego agarró aire y le siguió pegando, pero que cuando anotó el ‘Bofo’ se puso de buenas, y le dijo que era señal de que le iban a dar la vuelta, que lo dejaron ir, sin dinero, sin reloj y sin cadena, pero con las llaves del carro…

Nos dijo que él le iba al Monterrey todavía, pero que si Morelia no hubiera anotado ese gol, quién sabe dónde estaría, por eso ahora le iba al Morelia y a Rayados…

Me dio harta alegría, la verdad, que ahora fuera otro, siento que mi jefe al final me hizo el favor, y desde entonces, año con año me voy al Morelos, ya llevo a mi hijo y también le compro tacos en la noche pa que se aliviane jajajajajaja…

 

Cuando ramón soltó la carcajada, se paró a pitar la parada ahí por el pabellón, y nada más me dijo, con voz muy fuerte, como para que escucharan todos los que iban en el camión, “aguas con lo que hace mi Inge. No le vayan a querer quitar lo pendejo”… Sonrió y se bajó del camión, con su playera del Morelia se perdió entre las casas, y me dejó en el camión, avergonzado, pero con una historia para iniciar esta columna…