
Comenzamos con la historia de cómo un “Canario”, que nunca jugó con el Morelia, se convirtió en el abuelo de un amigo.
Morelia, Michoacán. Luego de la saga especial por el regreso del Morelia, comenzamos la columna semanal con una historia donde el origen de un apodo puede explicar cómo se formó una familia, gracias al equipo rojiamarillo.
Esta histórica me la contó el ‘Chico’, un amigo de mi papá. La verdad es que nunca he sabido cómo se llama, sólo sé que el dicen ‘El chico malo’ pues, según mi papá y mis tíos, tenía una apariencia muy similar a los villanos de una serie que… no recuerdo bien si sí se llamaba Pato Aventuras “Con los chicos malos y traviesos…”
Hace ya un tiempo el ‘Chico’, mi papá, dos tíos y yo íbamos cada quince días apretados en un Datsun a ver los juegos del Monarcas. El ‘Chico’ siempre llegaba ya semi entonado, pues decía que le salía más barato llegar “servido” al estadio. Mi papá siempre pasaba por todos para ir al Estadio, y la casa de mi tío era el punto en común.
En alguna ocasión yo tenía una junta en el trabajo y me quedaba mejor encontrarlos con mis tíos. En esa ocasión llegué temprano y con hambre, así que pasé a comer unos tacos antes de llegar, total, había tiempo. Cuando me acerqué al puesto vi una figura familiar, ‘El chico malo’ se comía los tacos como si fueran caldo, uno tras otro se los metía a la boca mientra se empujaba la comida con cerveza. En eso, una señora ya grande pasó a su lado y le gritó que ya se fuera “pa su casa”, que le saludara a la “a la Pajara“, el amigo de mi familia tomó un semblante que pocas veces le he visto y le dijo “de su parte“.
Yo, impertinente y torpe, no quise dejar pasar la ocasión para el albur, que pintaba que ni mandado a hacer, pero aquel solo sonrió un poco y ya no me dijo nada. Al poco tiempo se fue, y el taquero, amigo también en común, me dijo que “La pájara” era su abuela, que se les había muerto un año antes, pero que la señora siempre la mandaba saludar porque “el tiempo no pasa de a gratis“.
No tuve la oportunidad de pedir disculpas, más por mi que por el ‘Chico’, pero un día volví a llegar antes, le fui a tocar a su casa y le llevé algunas cervezas. Le dije que me disculpara, pero que estaba gracioso que a su abuela, que en paz descanse, le dijeran así:
– No es porque ella quisiera. Nosotros le decíamos la Canaria, por mi abuelo, que le decían el Canario. Pero como un tiempo fue pajarero, pues le decían el pájaro y a mi abuela se le quedó la pájara…
– No sabía que tu abuelo era pajarero, siempre pensé que era albañil como tu papá y tú.
– Era albañil, pero de joven era pajarero, así se ganó a mi abuela…
– Ah carajo, ¿y eso?…
– jajajajajaja pues imagínate que siempre hemos vivido en esta colonia, desde que esto era un potrero, y pa allá pal Venustiano nada más había llanos y basureros. Mi abuelo vivía pal “Cerro de las piedras”, allá entre la salida Charo y el Punhuato. Allá agarraba pájaros… o quién sabe de dónde los sacaba y los venía a vender acá, al Mercado de San Juan o se andaba paseando por las colonias.
En uno de esos días se encontró a mi abuela, que venía del molino, eso dice ella, y mi abuelo que le chulea su trenza. Ve tú a saber qué significaba eso. Se hicieron ojitos y se gustaron, pero como era antes, nada más se sonrieron por un rato.
Después de varios días, mi abuela se animó a decirle a su papá que había un fulano que le gustaba, pero el viejo era rejego y le dijo que “con un pajarero ni loco”, y le prohibió si quiera asomarse a la ventana. Mis abuelos se pasaban recados con las muchachas de la colonia, y con las hermanas de mi abuela, pero nada más no la dejaban salir, su papá le metía unos buenos a su mamá si veía que andaba asomándose pa la calle, pues ella se iba a casar con un muchacho de bien.
Mi abuela comenzó a pedirle a los santos que le hicieran el milagro, que mi abuelo la dejara salir de la casa… y que le responden. El viejo, que también era albañil, se hizo muy amigo de un soldado, al que le hizo una cúpula para ponerla en su casa y este cada partido se lo llevaba a ver el juego. El amigo era de dinero y lo invitaba a tomar, por lo que él se hizo aficionado al fútbol.
Mi abuela, nada mensa, le dijo que lo dejara acompañarlos, para ir conociendo al soldado y a lo mejor, en una de esas, a un futbolista. Así fue como mi abuela comenzó a ir a las canchas, cada partido se le pegaba a su papá pa “ver el juego del Morelia”.
El viejo cometió un gran error de cálculos cuando le dijo a mi abuela que no volvería a ver al pajarero, y es que nunca le vio la cara. Por eso no supo ni quién era el que siempre se sentaba al lado de mi abuela en los partidos, o que la veía desde lejos cuando anotaba gol el Morelia. Mi abuela se hizo adicta al juego, porque la dejaba ver a su futuro esposo y su papá, feliz viendo el partido.
Pero las cosas no pasan de a gratis. Un día anunciaron que el Morelia iba a estrenar estadio, el Venus. El viejo dijo que había que hacer fiesta, que pa aprovechar, “¿por qué no hacemos también su boda con mija?”, le dijo al soldado. Mi abuela no se negó, pero tampoco supo qué decir, y menos cuando el otro dijo que sí.
Las cosas se le pusieron peladas a mi abuela, pero la vieja era mañosa y supo cómo hacerle pa salirse con la suya. Como ella sabía, cada partido su papá y el soldado se ponían medio borrachos, pero no hasta quedar mal. El siguiente juego, cuando llegaron por ella, les tenía preparada una jarrita de “chinguere” que le encargo a mi abuelo, la cual le mandó con sus amigas.
Les sirvió una copita que pa festejar el compromiso, otra que para que les fuera bien, a ella y al Morelia, y otra más para el camino. La chingada copita no les pegó, pero pal medio tiempo ya se estaban quedando jetones con las cervezas.
Mi abuelo se había metido a la cancha, que dicen antes no estaba prohibido y hasta muchos se metían a saludar a los jugadores. Así como no queriendo se acercó a dónde tenía sus cosas el equipo y se robó una playera, para el medio tiempo se la puso y al final, cuando todos festejaban que había ganado el equipo, se acercó a la gradas para llevarse en brazos a mi abuela.
El viejo llegó a la casa sin la amistad del soldado, pero feliz porque a su hija se la había quedado un deportista, “YA AHORA SÍ SOMO BIEN CANARIOS”. Al otro día puso a su esposa a hacer mole y a echar tortillas, para recibir a su hija en el perdón, como se acostumbraba antes. Cuando llegaron, el viejo luego luego se puso a hablar del partido, que si el estadio nuevo, que si había estado cuando estuvieron en primera, que un sin fin de cosas, y mi abuelo nada más respondía que no sabía.
Al partido siguiente el viejo se dio cuenta que ese de canario nada más tenía las jaulas, e hizo un berrinche tan grande que en pleno partido se le torció el hocico. Jamás se volvió a parar en un campo de fútbol, más que para irle a otro equipo, le agarró odio al Morelia. Dice mi abuela que en la final del 81 el viejo por fin pisó el Venustiano, pero ahora apoyando al Tapatío, porque “alguien los tenía que apoyar contra esos traidores”. Dice mi abuela que volvió a hacer un coraje cuando ganó el Morelia, que hasta se le enderezó un poco la boca jajajajaja…
Mi abuela no se casó con un futbolista, pero nos dejó el amor por el equipo. Ya de casados seguían yendo a los partidos, primero con mi abuelo namás, pero ya luego con los hijos y después con los nietos. Ya cuando no pudo ir, le prendía cada partido una veladora a sus Canario y lo veía por la tele o lo oía por la radio. Hasta el día de su muerte la enterramos con una bandera de su Morelia, para que desde allá le echara sus porras.
Cuando la historia terminó, volvió a poner la misma cara de cuando la señora le mandó saludar a su abuela. Nada más se había acabado una cerveza y ya las otros se habían calentado, por lo que fuimos con mi tío para ver si ya había llegado mi papá o a ver si nos podía cambiar las cervezas…
Así fue como por error, e indiscreción, me di cuenta de cómo un partido de fútbol formó una familia, y cómo un pajarero se hizo fútbolista en un día…