Rafael Puente del Río ha sido cesado de su puesto a pesar de haber recibido el respaldo de su plantilla de jugadores, la directiva rojinegra ha tomado la determinación de contratar a alguien más.

Apenas termina la Jornada 3 del torneo Guard1anes 2020 y las gloriosas Chivas del Guadalajara cesaron de su puesto a Luis Fernando Tena al no poder sumar un sólo punto en tres encuentros.

De esta forma empieza el desfile de entrenadores que irán y vendrán de equipo en equipo, y es que una característica singular del fútbol mexicano es la inestabilidad de todos los equipos para mantener un ritmo de juego que les permita consolidar proyectos deportivos y por ende conseguir resultados.

Muchos analistas del fútbol señalan como principal culpable de esta inestabilidad a los torneos cortos, ya que lo que se busca es obtener puntos como sea para poder acceder a la fase final, y ahí con un golpe de suerte poder alzarse campeón. Y es verdad, los torneos cortos dejan de lado las formas del juego, no importa la consolidación de un estilo táctico distintivo que lleve a la consecución progresiva de resultados exitosos, lo que importa en un torneo corto es el resultado por el resultado mismo, de ahí que muchos entrenadores timoratos y poco atractivos con el espectáculo resulten ser un éxito en la Liga MX.

Pero señalar a los entrenadores que solo cuidan su chamba sin importarles el espectáculo no sería lo más justo. La realidad es que los directivos que manejan el fútbol nacional a su antojo, son los verdaderos responsables de jugar con lo que se le mostrará al aficionado y al espectador.

Ellos, los que mueven el hilo del juego a través del dinero que obtienen del aficionado, han decidido que sólo importe una cosa, generar la mayor cantidad de ganancias que se puede a costa de la generación de proyectos deportivos a largo plazo que consoliden una ideología e incluso un idiosincracia propia del fútbol nacional. Los resultados salgan a la vista, las arcas de la federación están rebosantes, la afición decepcionada con una selección nacional que cada cuatro años se queda a donde pertenece, fuera de las grandes ligas del fútbol.

Por último, y no menos importante, el futbolista, mexicanos y extranjeros por igual, que viven en una burbuja que se presenta en muy pocos países que se caracterizan por el gusto por el fútbol. Jugadores poco comprometidos, poco identificados con la camiseta que portan, cobrando como profesionales sin comportarse como tales, seres humanos que en su mayoría se marean fácilmente con la fama efímera que el medio futbolístico le ofrece al que destaca por poco frente a los demás. Sin exigencia, sin ambición, sin hambre por ganar, el jugador que participa en México se sume una espiral de mediocridad que lo lleva por una carrera de cinco o seis equipos distintos, pero nunca en el fútbol de primer mundo.

Así pues el vaivén de entrenadores, así el fútbol como reflejo de una cultura y sociedad inestable y poco comprometida con la solidez de las cosas, que dure poco y que cambie de forma rápido para así no crear lazos profundos, porque esos arraigan.